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RIMA X: Los invisibles átomos del aire

Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada;
oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
¡Es el amor, que pasa!

RIMA IX: Besa el aura que gime blandamente

Besa el aura que gime blandamente
las leves ondas que jugando riza;
el sol besa a la nube en occidente
y de púrpura y oro la matiza;
la llama en derredor del tronco ardiente
por besar a otra llama se desliza;
y hasta el sauce, inclinándose a su peso,
al río que le besa, vuelve un beso.

La primera vez que él me besó

La primera vez que él me besó,
Fue sobre estos dedos que ahora escriben;
Y desde entonces han crecido en pura palidez,
Lentos para estrechar otras manos,
Y lascivos para acariciar sus labios
Mientras los ángeles suspiran.
Aquel anillo de amatista
Permanece lejos de mi vista,
Desde que ese primer beso
Bendijo su antiguo hogar.
El segundo pasó más alto que su ancestro,
Y buscó la frente, fallando a medias,
Derramándose sobre mis cabellos,
Superando toda recompensa.
Esa fue la cima del dolor,
La corona misma del amor.
Con santificadas dulzuras
Procedió el tercero,
Sobre mis labios, presionándolos
En un púrpura suave, perfecto.
Desde entonces, ciertamente,
He dicho plena y orgullosa:
Mi Amor, sólo mío.

Almas de flores

Nos quedamos contigo, rezagadas,
las últimas de aquella muchedumbre,
como voz de quien canta
y sus propias canciones le enamoran.
Somos perfume y alma
de la flor y el capullo.
Tus pensamientos nos llevamos, cuando
nuestro aliento respiras,
hacia los amarantos de esplendores,
que en las colinas arden,
hacia tiernas campanas de los lirios
y grises heliotropos;
hacia llanos cubiertos de amapolas, que guardan
tal aliento de sueño y tal sonrojo,
que, al cruzarlas, los ángeles
habrán de parecerte más blancos todavía;
hacia el sesgo del río, de ajo silvestre orlado,
donde te solazaste un día entero,
hasta que tu sonrisa trocábase en devota
y el rezo florecía;
hacia la rosa oculta en el boscaje,
que vertía sus gotas de rocío en tu sueño;
y hacia aquellos asfódelos floridos
donde tu paso hundiste.
Tiramos de tu ropa
y tu pelo alisamos;
desfallecemos entre nuestras quejas
y sufrimos, perdidas por los aires.

El sí de la dama

¡Si! Os respondí anoche,
¡No! Esta mañana, Señor, he dicho.
Los colores, vistos a la luz de las velas,
No brillan igual durante el día.

Cuando los tambores sonaron perfectos,
Las lámparas arriba y las risas abajo,
Ámame sonaba como algo sínico,
Tanto para el Sí como para el No.

Llámame falsa, o llámame libre;
Y no importa qué luces brillen,
Ningún hombre verá en tu rostro
La incierta pena de mi inconstancia.

Pues el pecado oscila sobre ambos;
(Es tiempo de danzas y no de compromisos,
Y la luz de la promesa destruye la fidelidad)
Abate sobre mí la cobardía que yace en tí.

Aprende a ganar la fe de una Dama;
Noblemente, como las nubes altas,
Valientemente, en la vida y la muerte
Con una noble gravedad.

Guíala por el escenario del baile;
Muéstrale con tu mano los cielos estrellados,
Cuídala con palabras delicadas,
Limpias de cortejo, puras en halagos.

Por tu Amor ella será fiel;
Siempre fiel, como las damas de antaño;
Y su Sí, cuando sea pronunciado,
Será un Sí para siempre.

El amor, por ser amor

Y no obstante el amor por ser amor
es bello. Igual llamea reluciente
un gran templo y la hierba. El mismo fuego
arde quemando el cedro y la cizaña.

Y el amor es un fuego; y cuando digo
te quiero, oh Dios, te quiero, ante tus ojos
me transfiguro en esplendor y siento
mi cara centelleante que deslumbra.

En el amor no puede haber ruindad
aunque amen los más ruines de los seres,
que cuando aman a Dios Él los acepta.

Y en la apariencia ruin de lo que soy
refulge el sentimiento y purifica
por ser fruto de amor lo que es de carne.

Si has de amarme

Si has de amarme que sea sólo
por amor de mi amor. No digas nunca
que es por mi aspecto, mi sonrisa, la melodía
de mi voz o por mi dulce carácter
que concuerda contigo o que aquel día
hizo que nos sintiéramos felices…
Porque, amor mío, todas estas cosas
pueden cambiar, y hasta el amor se muere.
No me quieras tampoco por las lágrimas
que piadosamente limpias de mi rostro…
¡Porque puedo olvidarme de llorar
gracias a ti, y así perder tu amor!
Por amor de mi amor quiero que me ames,
para que habite en los cielos, eternamente.

Cuando nuestras dos almas

Cuando nuestras dos almas se alzan firmes,
cara a cara, silenciosas, dibujando intimidades,
hasta que la extensión de nuestras alas se quiebra,
lacerando cada recodo, quemando cada curva.
Entonces ¿qué amargura de la tierra puede opacarnos
sin que en el otro encontremos eterno consuelo?
Piensa que, escalando alto, los ángeles nos contemplan;
deseando derramar una dorada, una perfecta melodía
sobre nuestro abismal y querido silencio.
Demoremos nuestros pasos por el mundo, amado mío;
huyendo del humor inestable de la humanidad
que aisla cruelmente a los puros espíritus.
Hagamos juntos un sitio donde permanecer de pie,
donde la felicidad de las horas sea amarnos por un día,
rodeados por la Oscuridad como única compañía.

Walt Whitman, Poema XXX

Todas las cosas tienen su verdad.
Una verdad que no se apresura ni se resiste a salir
No son necesarios los fórceps del cirujano para traerla a la luz.
Lo insignificante es tan grande para mi como lo más grande.
(Y ¿qué es más grande o más pequeño que el tacto?)
Ni la lógica ni los sermones convencen.
La humedad de la noche entra más profunda en mi alma que todas las palabras.

(Sólo lo que se prueba en todos los hombres y en todas las mujeres es verdad, y sólo lo que nadie puede negar existe).

Un minuto y una gota de mi mismo sosiegan mi espíritu.
Creo que la tierra húmeda será un día luz y amor,
que el cuerpo del hombre y de la mujer
son el compendio de todos los compendios,
que el amor que los une es una cumbre y una flor
y que de ese amor omnífico han de multiplicarse hasta el infinito
y hasta que todos y cada uno no sean más que una fuente de alegría común.

Yo no soy yo

Cuánta pureza en este hermoso y reflexivo poema.

Soy este
que va a mi lado sin yo verlo;
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces, olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pié cuando yo muera.