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El método salva al gato para escribir

¿De dónde viene el título «Salva al gato»?

Según Blake Snyder, el protagonista tiene que hacer algo en el momento en que le conocemos para granjearse nuestra simpatía y que queramos que gane. Tomemos por ejemplo a Aladdin. Es un ladrón holgazán. ¿Cómo crear empatía hacia él? ¿Cómo hacer que el lector o el espectador se identifique con el héroe?

Los guionistas introdujeron una pequeña escena donde Aladdin, a punto de hincarle el diente a su currusco de pan, se encuentra con dos niños hambrientos que rebuscan en la basura. Entonces renuncia a su propia comida y se la da a los niños pobres. Nos ha quedado claro que Aladdin es un ladrón de buen corazón.
El héroe tiene que salvar al gato, como lo vemos en tantas películas de Disney, aunque no tiene por qué suceder en la apertura.

El héroe es el centro de la trama

La relación entre el personaje principal, llamado el héroe, y la trama es primordial. De hecho el héroe es el centro de trama, por lo tanto es esencial crear personajes centrales memorables. Pero, ¿cómo crearlos? Tenemos que dotarlos de estos tres atributos:

  1. UN PROBLEMA, o un defecto que hay que corregir.
  2. UN DESEO, o la meta que el héroe quiere alcanzar.
  3. UNA NECESIDAD, o una lección de vida que el héroe tiene que aprender que no concuerda con el DESEO.

El problema tiene que infectar todas las áreas de la vida del héroe, el trabajo, el hogar y las relaciones. Es un herida que ha estado supurando debajo de la superficie de tu héroe durante mucho tiempo. La piel ha crecido sobre ella, dejando atrás una fea cicatriz que hace que tu héroe actúe de la manera en que actúa y haga que cometa errores. Tiene que hacerse evidente que las cosas tienen que cambiar.

El deseo (la trama A), o qué es lo que quiere el héroe y qué se lo impide. Digamos que el héroe quiere destruir al Emperador Oscuro, pero hasta ahora ha actuado en solitario. El deseo es siempre tangible, llevado a cabo por una obsesión irresistible.

La necesidad (la trama B), es la lección de vida que subyace en la historia y hace que el héroe encuentre la solución. Si nuestro héroe desea destruir al Emperador Oscuro, lo que necesita es confiar en los demás para conseguirlo. La necesidad es siempre de tipo psicológico, la que guía hacia la transformación.

El tema, la lección de vida
La trama A es lo que sucede en el exterior, en el mundo cotidiano, y la trama B es interna, es el proceso en que el héroe aprende la diferencia entre lo que desea y lo que necesita. Por ejemplo, la historia de Frankenstein no es sobre un científico que crea un monstruo (la trama A). Se trata de un hombre que tiene que arrepentirse de sus pecados contra el mundo natural (la trama B).
La trama B es de lo que trata en realidad el libro.

Salva al gato.

Entonces, ¿qué es «Salva al gato»? Es una estructura narrativa descrita en el libro de Blake Snyder del mismo nombre, utilizada en la escritura que divide la historia en tres actos y 15 «tiempos»  que impulsarán a nuestro héroe en su viaje.

Si bien tú, como yo, puedes ser un poco escéptico sobre el uso de una fórmula para diseñar un libro, no te desesperes. Incluso los libros que no están escritos con esta estructura en mente pueden aplicarse al concepto, lo que me sugiere que el método Salva al gato, llega a los conceptos básicos de la estructura narrativa en sí (principio, medio, final, etc.) en lugar de crear uno completamente nuevo.

Los tres actos y los 15 tiempos.

Los porcentajes de cada tiempo están indicados a título meramente orientativo para indicar a que altura se encuentran los tiempos. Digamos que para un libro de 300 páginas, un porcentaje del 10%, representa 30 páginas.

Acto 1: El mundo ordinario y el comienzo del cambio.

  • 1. Imagen de apertura (0 % a 1 %): Es una instantánea del «antes» de tu héroe y su mundo, y a través de la acción tiene que hacernos comprender cómo es la vida. Es el momento de establecer el tono de la historia. La imagen de apertura está relacionada con la imagen final, el tiempo número 15 de la hoja, así se muestra el modo en que se han producido los cambios desde el principio hasta el final. Es lógico pensar que el cambio debe resultar evidente si queremos que la historia funcione.
  • 2. Establecer el tema de la obra (5%): Contiene una declaración hecha por un personaje, quien normalmente no es el héroe, que insinúa cuál será el arco del héroe, es decir: lo que el héroe debe aprender y/o descubrir antes del final del libro. También se conoce como una lección de vida, el tema o lo que el héroe necesita. Este otro personaje puede ser una voz interior, expresada en un monologo, por ejemplo.
  • 3. Planteamiento (1% – 10%): Es una exploración del status quo de la vida del héroe y todos sus defectos, donde aprendemos cómo es la vida del héroe antes de su transformación épica. Establece quién es el protagonista de la historia, lo que está en juego y cuál es su objetivo. Aquí también presentamos otros personajes secundarios y el objetivo principal del héroe. Pero lo más importante es que mostramos la renuencia del héroe a cambiar, su resistencia a aprender el tema, al tiempo que insinuamos los riesgos en juego, si el héroe no cambia.
    En definitiva, vemos el mundo tal y como es antes de que empiece la aventura.
  • 4. Catalizador o el evento incitante (10%): Es un incidente incitador o un evento que cambia la vida que le sucede al héroe, que lo catapultará a un nuevo mundo o una nueva forma de pensar. Un ritmo de acción que debería ser lo bastante grande como para evitar que el héroe pueda regresar a su mundo de configuración de status quo.
    El planteamiento nos ha explicado cómo es el mundo en esta historia y ahora en el momento catalizador lo derrumbamos de un plumazo. Un telegrama, un despido, pillar a tu mujer en la cama con otro, la noticia de que te quedan 3 días de vida, alguien que llama a la puerta, un mensajero… el catalizador es el primer momento en el que pasa algo.
  • 5. Debate (10% a 20%): Por lo general, se presenta en forma de pregunta como «¿Debería ir?». El propósito de este paso es mostrar la resistencia del héroe a cambiar y que debe aceptar la llamada de la aventura por sí mismo. Es la última oportunidad que tiene el protagonista de decir «esto es una locura, ¿debería ir?, ¿me atrevo a ir? Vale ahí fuera corro peligro… ¿pero qué otra elección tengo? ¿quedarme aquí?».

Acto 2: El mundo al revés

El Acto 1 es la tesis, el status quo, mientras que el Acto 2 representa más bien la antítesis de la vida anterior del protagonista.

  • 6.Transición al Acto 2 (20%): Es el momento en que el héroe decide aceptar la llamada a la acción, abandonar su zona de confort, probar algo nuevo o aventurarse en un nuevo mundo o una nueva forma de pensar. Es un ritmo de acción decisivo que separa el mundo del status quo del Acto 1 del nuevo mundo «al revés» del Acto 2, su antítesis. Pero por ser estos dos mundos tan distintos, el hecho de entrar efectivamente en el segundo acto debe ser muy inequívoco.
    El héroe no puede entrar en el segundo acto engañado, engatusado, ni empujado por la corriente, debe hacerlo por decisión propia. Eso es lo que lo convierte en un héroe, además que es proactivo.
  • 7. Trama secundaria o la trama B (22%): Es la introducción de un nuevo personaje o personajes que, en última instancia, ayudarán al héroe a aprender el tema. También conocido como personaje de ayuda, puede ser un interés amoroso, un némesis, un mentor, un miembro de la familia o un amigo.
  • 8. Diversión y juegos (20 % a 50 %): Aquí es donde vemos al héroe en su nuevo mundo. O lo aman o lo odian. Triunfando o fracasando. También llamada la promesa de la premisa, esta sección representa el «gancho» de la historia, por qué el lector decidió leer la novela. Si fuera una película, sería el trailer. Si se trata de un libro de misterio, aqui es donde se lleva a cabo la investigación. Si es una fantasía épica, aqui se desarrollarán las batallas.
  • 9. Punto medio (50%): Es, literalmente, la mitad de la novela, donde la diversión y los juegos culminan. Es un momento o bien de exaltación, en que el protagonista alcanza un cénit, o bien de bajón, en que el mundo se derrumba en torno a él y a partir del cual todo cambia. Algo debería suceder aquí para aumentar las apuestas y empujar al héroe hacia un cambio real. Aquí es donde se plantean las apuestas con un protagonista que avanza hacia el cambio. Es el punto de inflexión de la historia porque también es el centro del arco de transformación del personaje. Por lo general, muestra que algunas cosas han cambiado de verdad para el protagonista, pero que sus defectos siguen ahí y todavía no ha descubierto lo que realmente necesita. Debes integrar un nuevo riesgo o aumentar el que ya existe, para que tu personaje vuelva a estar activo. Puede ser un giro de la trama, por ejemplo.
    En el punto medio suben las apuestas, es el punto en que terminan los juegos y las risas y volvemos a la trama.
  • 10. Los malos estrechan el cerco (50 % a 75 %): Si el punto medio fue una victoria falsa, esta sección será un camino descendente en el que las cosas empeorarán progresivamente para el héroe. Si el punto medio fue una derrota falsa, esta sección será un camino ascendente donde las cosas parecen mejorar progresivamente para el héroe. Pero aparte del camino, los defectos profundamente arraigados del héroe (o los malos interiores) se están acercando.
    La etiqueta de «los malos estrechan el cerco» alude a la situación en que se encuentra el protagonista al llegar al punto intermedio. Todo parece ir bien pero a pesar de que «los malos» -ya sean personas, un fenómeno o una cosa- han sido pasajeramente derrotados, y de que el bando del héroe parece estar en perfecta sintonía, el asunto aún no ha terminado.

Este es el punto en que los malos reagrupan sus fuerzas y recurren a la artillería pesada. Es el punto en el que las disensiones internas, las dudas y los celos empiezan a desintegrar el bando del protagonista. En resumen, las fuerzas conjuradas contra el protagonista, externas e internas, redoblan su embate.

  • 11. Todo está perdido (75%): Es el punto más bajo de la novela. Un ritmo de acción donde algo le sucede al héroe que, combinado con los malos internos, empuja al héroe hasta el fondo. Puede ser la muerte de unos de los personajes, aunque una muerte explícita no es imprescindible. Segun Snyder Se debe a que el momento «todo esta perdido» se corresponde con la crucifixion de Cristo. Es donde el viejo mundo, el viejo personaje muere y allana el camino para la fusión de lo que era -la tesis- con la versión invertida de lo que era -la antitesis- para convertirse en la nueva sintesis, un nuevo mundo y una nueva vida»
    La sección de «todo está perdido» es, en términos de exaltación o bajón, lo contrario del punto intermedio. Este punto se suele etiquetar con frecuencia como «falsa derrota». Pues por negro que se pinte todo, es algo pasajero, pero aparenta ser una derrota sin paliativos, la vida del protagonista está arruinada en todos los aspectos. Un naufragio total. No hay esperanza.
  • 12. La noche oscura del alma (75% a 80%): Es el momento mas oscuro de la trama, la reacción del héroe al punto todo esta perdido en el que el héroe se toma el tiempo para procesar todo lo que sucedió hasta el momento. El héroe debería estar peor que al comienzo de la novela. La hora más oscura, justo antes del amanecer, es el momento justo antes de que el héroe descubre la solución a su gran problema y aprende el tema o la lección de vida.

Acto 3: La solución

Aquí vemos la síntesis: la persona que fue protagonista en el Acto 1 + lo que aprendió en el Acto 2 = la persona en la que se convertirá en el Acto 3. Las trama A y la trama B se mezclan para convertirse en una.

  • 13.Transición al acto 3 (80%): Es el momento «¡ajá!». El protagonista rebusca en lo más profundo de sí, para dar con esa última y afortunada idea con que se salvará a sí mismo y a cuantos lo rodean. Tras superar las pruebas, el héroe se da cuenta de lo que debe hacer, no sólo para arreglar los problemas creados en el Acto 2, sino lo que es más importante, para arreglar sus problemas internos. El arco del personaje está casi completo. Gracias a los personajes introducidos en la trama B, gracias a las conversaciones en que se ha discutido el tema de la historia en esa misma trama, y gracias al último y definitivo esfuerzo del protagonista por dar con la solución para vencer a los malos que han estrechado su cerco en la trama principal… se descubre la solución.
  • 14. Final (80 % a 99 %): El héroe demuestra que realmente aprendió el tema y pone en práctica el plan que se le ocurrió en la transición al Acto 3. Los malos son destruidos, los defectos se vencen, los amantes se reúnen. No solo se salva el mundo del héroe, sino que es un lugar mejor de lo que era antes. El final es donde se ponen en práctica las lecciones aprendidas. Es donde la trama A y la trama B concluyen con la victoria de nuestro héroe. Es donde se subvierte el viejo mundo y se crea un nuevo orden. Todo gracias al héroe que señala el camino basándose en lo que ha vivido en el mundo del revés, antitético, del segundo acto.

El final es donde nace una nueva sociedad. No basta con que el héroe triunfe, ha de cambiar el mundo.

El final de cinco puntos o subtiempos

  • 1. Reuniendo al equipo: Antes de que el héroe pueda «asaltar el castillo», necesita ayuda, necesita aliados. ¡Necesita reunir tropas! Aunque este no es un paso estrictamente necesario.
  • 2. Ejecución del plan: En este sub-tiempo, asaltamos el castillo (ya sea literal o figurativamente). El equipo está reunido, las armas están atadas, los suministros están recogidos, y la ruta está del todo trazada. ¡Ya es hora!
    A medida que tu héroe y su equipo, si lo tiene, ejecutan el plan, debe haber una sensación de imposibilidad en su esfuerzo. Es el momento en la trama A: ¿puede esto realmente funcionar?. El plan debería parecer loco al principio, pero después, como el equipo trabaja en conjunto y progresa, hay un sentido creciente de logro. En este punto suele haber personajes secundarios que se sacrifican por la causa, en la trama B.
  • 3. La sorpresa de la Torre Alta: Este subtiempo lleva el nombre de ese momento tomado de una aventura clásica de cuento de hadas, cuando el héroe asalta el castillo para salvar a la princesa y se encuentra… ¡sorpresa! ¡La princesa no está allí! Y peor aún, ¡los malos han llevado al héroe directamente a una trampa!
    La sorpresa de la torre alta es simplemente otro giro, otro desafío para obligar al héroe a demostrar realmente su valía. En cierto modo, es otro Catalizador.
  • 4. La excavación profunda: El héroe desciende a lo más profundo para sacarse la espina de la herida. Tiene que estar dispuesto a morir, a renunciar a su supervivencia, a morir con dignidad por una causa.
    Este subtiempo también se llama el momento tocado por lo divino. No, tu historia no tiene que ser espiritual o religiosa para estar tocada por el momento divino, pero tiene que tener alma. Tiene que hablarnos a un nivel más profundo. Y aquí es donde el héroe da un salto final de fe.
  • 5. Ejecución del nuevo plan:
    Sólo ahora, cuando tu héroe haya cavado profundamente para encontrar la verdad, haya sacado la espina de la herida y saltado del puente sin red, ¿podemos verlo triunfar?
    Porque después de todo ese examen de conciencia y todo ese esfuerzo transformador, necesitamos saber que el espíritu humano y la perseverancia prevalecen. Así es como resonamos con los lectores. Llevamos a nuestros héroes al infierno y de regreso, los hacemos que trabajen por cada última victoria, los obligamos a buscar profundamente en el interior de ellos mismos para encontrar las respuestas, y sólo entonces les damos el final que ahora merecen. O si tu héroe finalmente falla al final, entonces es porque hay una razón para ello, también de eso se aprenden lecciones humanas.
  • 15. Imagen final (99% a 100%): Es un espejo de la imagen de apertura, es la instantánea «después» de quién es el héroe después de pasar por esta transformación épica y satisfactoria.
    ¿Hasta dónde ha llegado? ¿Qué ha aprendido? ¿Cuánto ha crecido como ser humano? ¿Cómo es su vida ahora que han viajado a través de la Noche Oscura del Alma, se ha enfrentado a su demonios, arrancado su espina de la herida y salir del otro lado. ¿Mejor y más fuerte que nunca?
    En esta escena o capítulo, el lector debe ser capaz de identificar claramente cómo esta historia ha cambiado a tu héroe para mejor. Si la imagen de apertura y la imagen final no son crudas y obviamente diferentes, entonces es hora de repensar tus tiempos. Cuanto más lejos estén estas dos versiones de tu héroe, más habras demostrado que había una razón para realizar este viaje.

Los hitos de la trama

Están en la transicion al Acto 1, la transición al Acto 2 y el punto medio

El orden de los 15 tiempos

¿Los tiempos tienen que venir exactamente en el mismo orden que hemos esbozado en este artículo? No necesariamente. A veces la declaración del tema viene después del catalizador. A veces el catalizador llega al mismo tiempo que el planteamiento y el debate se mezclan juntos. A veces la falsa victoria o la falsa derrota del punto medio viene ligeramente después o antes del medio literal de la historia. A veces el personaje de la trama B se introduce en Acto 1, pero en realidad no se vuelve importante hasta el Acto 2.
También vemos que en el Acto 1, a veces parece más lógico que el planteamiente llegue antes que el establecimiento del tema. En todo caso, el orden que se imponga será el que le de más coherencia a la historia.

La máquina de transformación

Las grandes historias transforman a los personajes. El héroe entra en el viaje con sus defectos y sale de él transformado. Veamos si la historia que estamos creando cumple los requisitos para tal transformacion.

Test de transformación para los 15 tiempos

Imagen de apertura

  • ¿Es tu imagen de apertura una escena o un grupo de escenas interconectadas?
  • ¿Tu imagen de apertura es visual? ¿Estás mostrando, no contando?
  • ¿Son evidentes uno o más de los defectos de tu héroe en esta escena?

Declaración del tema

  • ¿Tu tema se relaciona directamente con la necesidad o lección espiritual de tu héroe?
  • ¿Es el tema declarado por alguien, o algo, que no sea el héroe?
  • ¿Puede tu héroe descartar este tema de manera fácil?

Planteamiento

  • ¿Has mostrado al menos una cosa que necesita ser arreglada en la vida de tu héroe?
  • ¿Has introducido al menos un personaje en la trama A?
  • ¿Estableciste con claridad el deseo o el objetivo externo de tu héroe en algún lugar de este tiempo?
  • ¿Has mostrado a tu héroe en más de un área de su vida, como el hogar, el trabajo o el juego?
  • ¿Son evidentes los defectos de tu héroe en este tiempo?
  • ¿Ha creado un sentido de urgencia de que el cambio inminente es vital?

Catalizador

  • ¿Le sucede el catalizador al héroe?
  • ¿Es un ritmo de acción? ¡No se permiten revelaciones aquí!
  • ¿Es imposible que el héroe vuelva a su vida normal después de la acción del catalizador?
  • ¿Es el catalizador es lo suficientemente grande como para romper el status quo?

Debate

  • ¿Puedes resumir el debate con una pregunta? O si es un debate de preparación, ¿has definido con claridad para qué debe prepararse y por qué?
  • ¿Has creado una sensación de vacilación en tu héroe?
  • ¿Has mostrado a tu héroe debatiendo en más de un área de su vida como el hogar, el trabajo o el juego?

Transición al Acto 2

  • ¿Tu héroe está dejando atrás un viejo mundo y entrando en uno nuevo?
  • Si tu héroe no va físicamente a alguna parte, ¿está intentando algo nuevo?
  • ¿Es tu mundo del Acto 2 lo opuesto a tu mundo del Acto 1?
  • ¿Es clara y distinta la ruptura entre el Acto 1 y el Acto 2?
  • ¿Tu héroe hace un movimiento proactivo o la decisión de entrar en Acto 2?
  • ¿Tu héroe está tomando una decisión basada en lo que quiere y no en lo que necesita?
  • ¿Puedes identificar por qué esta es la forma incorrecta de cambiar?

La trama B

  • ¿Has introducido un nuevo interés amoroso, mentor, amigo o personaje némesis?
  • ¿Puedes identificar cómo tu personaje o personajes de la trama B, representan el tema?
  • ¿Es tu nuevo personaje de alguna manera un producto del mundo del revés del Acto 2?

Diversión y juegos

  • ¿Muestras claramente a tu héroe tambaleándose o teniendo éxito en el nuevo mundo?
  • ¿Tu diversión y juegos cumplen la promesa de tu premisa?
  • ¿Tu diversión y juegos ilustran visiblemente cómo es tu mundo del Acto 2? ¿Es la versión al revés de tu mundo del Acto 1?

Punto medio

  • ¿Puedes identificar claramente una falsa victoria o una falsa derrota?
  • ¿Has subido las apuestas de la historia?
  • ¿Las tramas A (externa) y B (interna) se cruzan de alguna manera?
  • ¿Puedes identificar un cambio de los deseos a las necesidades, aunque sea sutil?

Los malos estrechan el cerco

  • ¿Es el camino de este tiempo un opuesto directo al de tu diversión y juegos?
  • ¿Ha mostrado o identificado cómo los malos internos, o defectos, están trabajando en contra de tu héroe?

Todo está perdido

  • ¿Le pasa algo al héroe en este ritmo?
  • ¿Es tu todo está perdido lo bastante grande como para empujar a tu héroe al Acto 3? ¿En verdad ha tocado fondo?
  • ¿Has insertado un perfume de muerte?
  • ¿Se percibe este tiempo como otro catalizador para el cambio?

La noche oscura del alma

  • ¿Tu héroe está reflexionando sobre algo en este ritmo?
  • ¿Este ritmo está llevando a tu héroe hacia una epifanía, un momento de comprensión intuitiva?
  • ¿La vida de tu héroe parece peor de lo que estaba al principio de libro?

Transición al Acto 3

  • ¿Tu héroe aprende aquí una valiosa lección universal sobre el tema?
  • ¿Tu héroe toma una decisión proactiva para arreglar algo?
  • ¿La decisión se basa en lo que necesita tu héroe?
  • ¿Puedes identificar por qué esta es la forma correcta de cambiar?
  • ¿Es su mundo del Acto 3 una síntesis del Acto 1 y el Acto 2?

Final

  • ¿Tu héroe lucha por llevar a cabo su plan, es decir, el final tiene conflicto?
  • ¿Hay un momento de bajar a las profundidades cuando tu héroe demuestra que realmente ha aprendido el tema?
  • ¿la trama A y la trama B de alguna manera se entrelazan en este tiempo?

Imagen final

  • ¿Es tu imagen final una escena o colección de escenas interconectadas?
  • ¿Tu imagen final es visual? ¿Estás mostrando, no contando?
  • ¿Resulta evidente cómo se ha transformado tu héroe?
  • ¿Tu instantánea de «después» de alguna manera refleja la instantánes del «antes», la imagen de apertura?

La trama de Harry Potter y la piedra filosofal

Acto 1 la vida de Harry antes de saber quién era y las formas en que comienza a cambiar cuando descubre la verdad.

  • 1. Imagen de apertura (0–1%) – Vernon Dursley se dirige a su trabajo habitual. Todo es como debe ser en su vida.
  • 2. Establecer el tema de la obra (5%) – Vernon Dursley no cree que Harry o el mundo mágico, pueda afectar su vida: «No podría afectarlos a ellos… ¡Qué equivocado estaba!».
  • 3. Planteamiento (1–10%) – Harry vive una vida miserable con los Dursley. Vemos lo poco que encaja y lo poco que los Dursley se preocupan por él. Empiezan a llegar cartas misteriosas para Harry y los Dursley harán todo lo posible para evitar que las lea.
  • 4. Catalizador (10%) – Hagrid derriba la puerta de la cabaña en la roca donde se alojan Harry y los Dursley y cambia la vida de Harry para siempre al decirle que es un mago, que tiene un lugar en Hogwarts y que sus padres no murieron en un accidente automovilístico.
  • 5. Debate (10–20%) – Harry va al callejón Diagon con Hagrid y se abastece de útiles escolares. Pasa el resto del verano esperando ansiosamente el año escolar y el Expreso de Hogwarts.

Acto 2 – Harry llega a Hogwarts. Toda su vida es diferente, es famoso y un mundo desalentador, pero fascinante, comienza a desarrollarse.

  • 6. Transición al Acto 2 (20%) – Harry se aventura de forma literal en un nuevo mundo, al cruzar la barrera hacia el andén nueve y tres cuartos. Ha dejado atrás el mundo muggle y se ha adentrado en el mundo de los magos donde todo el mundo parece saber su nombre.
  • 7. La trama B (22%) – Harry se encuentra con Ron y Hermione en el tren. Él y Ron conectan instantáneamente, mientras que Hermione se establece como una mandona sabelotodo. Malfoy, Crabbe y Goyle empujan y Malfoy se presenta. Harry elige no ser su amigo, solidificando lo que será una larga y tumultuosa rivalidad.
  • 8. Diversión y juegos (20–50%) – Son auténticos diversión y juegos en este caso. Harry es clasificado en Gryffindor. Harry y Ron exploran el castillo. Harry es seleccionado para jugar en el equipo de House Quidditch.
  • 9. Punto medio (50%) – Harry, Ron, Neville y Hermione descubren que un perro gigante de tres cabezas está vigilando algo en el castillo. Poco después, en Halloween, se enfrentan a un troll de la montaña y Harry ve que la pierna de Snape está herida.
  • 10. Los malos estrechan el cerco (50–75%) – El trío está seguro de que Snape está cada vez más cerca de robar lo que el perro está protegiendo. Harry se da cuenta de que la persona que están buscando es Nicolás Flamel y que el perro está custodiando la piedra filosofal.
  • 11. Todo está perdido (75%) – El equipo se entera de que Hagrid le dijo a un extraño con una capa cómo domar a Fluffy, y están seguros de que ese extraño era Snape. Nada, excepto la resistencia de Quirrell a los repetidos intentos y la coerción de Snape, se interpone ahora entre Snape/Voldemort y la piedra.
  • 12. La noche oscura del alma (75–80%) – El trío va a contarle a Dumbledore lo que ha aprendido, pero descubre que lo han llamado al Ministerio de Magia.

Acto 3 – Harry está decidido a evitar que Snape se lleve la piedra.

  • 13. Entrada al Acto 3 (80%) – Harry decide que tiene que detener a Snape y Voldemort. Él, Ron y Hermione se dirigen al corredor del tercer piso.
  • 14. Final (80–99%)Los cinco puntos:
  • Reunir al equipo. El trío se reune en la habitación cuando todos se han ido a dormir.
  • Ejecución del plan. Los niños llegan al pasillo del tercer piso y ven que el perro de tres cabezas ya ha sido arrullado para dormir y la trampa de la puerta está abierta. Lo que significa que Snape ya ha estado allí y ¡puede que sea demasiado tarde! Los niños bajan por la trampilla tras él. Se encuentran con la trampa de un diablo, el ajedrez de un mago y una prueba de poción. Y aqui, el equipo de Harry hace el sacrificio de la trama B, cuando Ron se encarga del ajedrez del mago y Hermione de la poción, para que Harry, el héroe, pueda enfrentarse a lo que sea.
  • La sorpresa de la torre alta. Esperando encontrar al profesor Snape en la última habitación, Harry se sorprende al encontrar a otro profesor, el profesor Quirrel, ¡de quien nadie sospechaba! Resulta que él es el que trabaja para Voldemort y conspira para obtener la piedra. Quirrell ata a Harry con la cuerda mágica, ¡y Harry no tiene idea de qué hacer! ¿Cómo se defenderá contra Quirrell?
  • La excavación profunda. El Espejo de Erised está en la habitación, y Quirrell hace que se mire en él, esperando que Harry lo ayude a encontrar el piedra. Esta vez, cuando Harry se mira en el espejo, se ve a sí mismo escondiendo la piedra en su propio bolsillo. Miente y le dice a Quirrell que todos ven su propio éxito en la escuela. Una voz espeluznante llama mentiroso a Harry y le pide hablar con Harry directamente. Es entonces cuando Quirrell desenreda el turbante en su cabeza y revela que Voldemort es parte de Quirrell. Han estado compartiendo un cuerpo. Cuando Quirrell / Voldemort alcanza a Harry y lo toca, la cicatriz de Harry arde de dolor. Pero Voldemort también grita. Ahí es cuando Harry se da cuenta de lo que está pasando: como «el niño que vivió», ya tiene la capacidad de defenderse contra Voldemort. Justo dentro de él.
  • La ejecución del nuevo plan. Voldemort ordena a Quirrell que mate a Harry. Pero Harry, que entiende ahora su propio poder, alcanza y agarra la cara de Quirrell, lo que causa un dolor cegador para disparar a través del cuerpo de Harry. Se desmaya y se despierta en la enfermeria de la escuela.
    Dumbledore le dice que Quirrell está muerto y Voldemort en una ubicación desconocida, pero seguro que volverá, y la piedra ha sido destruida. Cuando Harry le pregunta cómo pudo obtener la piedra, Dumbledore explica que encantó la piedra para que sólo el que la quería para propósitos desinteresados pudiera encontrarla. Él también explica que Harry pudo protegerse contra Voldemort por el amor que su madre le dio cuando murió por él; Voldemort no pudo penetrar eso. Más tarde, después de que Harry sale de la enfermería, Gryffindor es anunciado como el ganador de la copa de la casa, y Harry lo celebra con sus amigos
  • 15. Imagen final (99–100%) – Los Dursley esperan a Harry en King’s Cross. Ya no son las figuras aterradoras que alguna vez parecieron, y Harry ya no es el niño que alguna vez fue.

¿Es una fórmula para ayudarte a escribir una buena historia?

Yo diría, que a la hora de recordar los puntos esenciales que deben estar en una historia, sí. Pero tomarlo como base para crear una estructura rígida, es otra cosa. Yo recomiendo leer el libro, El viaje del escritor, y también Story Engineering, de Larry Brooks. Lo más importante es que una vez terminada la trama, la historia resuene en ti, creando la pasión de querer escribirla, entonces puedes estar seguro de que el lector sentirá la misma pasión a la hora de leerla.

Un destripador de antaño

Poco se conoce o se aprecia a Doña Emilia Pardo Bazán y al rastrear en su inmensa obra y encontrar esta pequeña joya que lo es, este relato corto, me ha sorprendido su maestría en la escritura. Cuánto tesoro en sus letras, cuánta enseñanza a la hora de componer y darle ritmo y coherencia a una historia.
Emilia fue una mujer valiente, pionera de su tiempo y cuando su marido le prohibió escribir, ella decidió separarse de él y continuar con su pasión. Gracias a esta decisión y al trabajo tan bien hecho podemos disfrutar hoy de esta clase de maestría.

EMILIA PARDO BAZÁN – UN DESTRIPADOR DE ANTAÑO

La leyenda del «destripador», asesino medio sabio y medio brujo, es muy antigua en mi tierra. La oí en tiernos años, susurrada o salmodiada en terroríficas estrofas, quizá al borde de mi cuna, por la vieja criada, quizá en la cocina aldeana, en la tertulia de los gañanes, que la comentaban con estremecimientos de temor o risotadas oscuras. Volvió a aparecérseme, como fantasmagórica creación de Hoffmann, en las sombrías y retorcidas callejuelas de un pueblo que hasta hace poco permaneció teñido de colores medievales, lo mismo que si todavía hubiese peregrinos en el mundo y resonase aún bajo las bóvedas de la catedral el himno de Ultreja. Más tarde, el clamoreo de los periódicos, el pánico vil de la ignorante multitud, hacen surgir de nuevo en mi fantasía el cuento, trágico y ridículo como Quasimodo, jorobado con todas las jorobas que afean al ciego Terror y a la Superstición infame. Voy a contarlo. Entrad conmigo valerosamente en la zona de sombra del alma.

I


Un paisajista sería capaz de quedarse embelesado si viese aquel molino de la aldea de Tornelos. Caído en la vertiente de una montañuela, dábale alimento una represa que formaba lindo estanque natural, festoneado de cañas y poas puesto como espejillo de mano sobre falda verde, encima del terciopelo de un prado donde crecían áureos ranúnculos y en otoño abrían sus corolas morados y elegantes lirios. Al otro lado de la represa habían trillado sendero el pie del hombre y el casco de los asnos que iban y volvían cargados de sacas, a la venida con maíz, trigo y centeno en grano; al regreso, con harina oscura, blanca o amarillenta. ¡Y qué bien «componía», coronando el rústico molino y la pobre casuca de los molineros, el gran castaño de horizontales ramas y frondosa copa, cubierto en verano de pálida y desmelenada flor; en octubre de picantes y reventones erizos! ¡Cuán gallardo y majestuoso se perfilaba sobre la azulada cresta del monte medio velado entre la cortina gris del humo que salía, no por la chimenea –pues no la tenía la casa del molinero, ni aún hoy la tienen muchas casas de aldeanos de Galicia–, sino por todas partes; puertas, ventanas, resquicios del tejado y grietas de las desmanteladas paredes!

El complemento del asunto –gentil, lleno de poesía, digno de que lo fijase un artista genial en algún cuadro idílico– era una niña como de trece a catorce años, que sacaba a pastar una vaca por aquellos ribazos siempre tan floridos y frescos, hasta en el rigor del estío, cuando el ganado languidece por falta de hierba. Minia encarnaba el tipo de la pastora: armonizaba con el fondo. En la aldea la llamaban roxa, pero en sentido de rubia, pues tenía el pelo del color del cerro que a veces hilaba, de un rubio pálido, lacio, que, a manera de vago reflejo lumínico, rodeaba la carita, algo tostada por el sol, oval y descolorida, donde sólo brillaban los ojos con un toque celeste, como el azul que a veces se entrevé al través de las brumas del montañoso celaje. Minia cubría sus carnes con un refajo colorado, desteñido ya por el uso; recia camisa de estopa velaba su seno, mal desarrollado aún; iba descalza y el pelito lo llevaba envedijado y revuelto y a veces mezclado –sin asomo de ofeliana coquetería– con briznas de paja o tallos de los que segaba para la vaca en los linderos de las heredades. Y así y todo, estaba bonita, bonita como un ángel, o, por mejor decir, como la patrona del santuario próximo, con la cual ofrecía –al decir de las gentes– singular parecido.

La celebre patrona, objeto de fervorosa devoción para los aldeanos de aquellos contornos, era un «cuerpo santo», traído de Roma por cierto industrioso gallego, especie de Gil Blas, que habiendo llegado, por azares de la fortuna a servidor de un cardenal romano, no pidió otra recompensa, al terminar, por muerte de su amo, diez años de buenos y leales servicios, que la urna y efigie que adornaban el oratorio del cardenal. Diéronselas y las trajo a su aldea, no sin aparato. Con sus ahorrillos y alguna ayuda del arzobispo, elevó modesta capilla, que a los pocos años de su muerte las limosnas de los fieles, la súbita devoción despertada en muchas leguas a la redonda, transformaron en rico santuario, con su gran iglesia barroca y su buena vivienda para el santero, cargo que desde luego asumió el párroco, viniendo así a convertirse aquella olvidada parroquia de montaña en pingüe canonjía. No era fácil averiguar con rigurosa exactitud histórica, ni apoyándose en documentos fehacientes e incontrovertibles, a quien habría pertenecido el huesecillo del cráneo humano incrustado en la cabeza de cera de la Santa. Sólo un papel amarillento, escrito con letra menuda y firme y pegado en el fondo de la urna, afirmaba ser aquellas las reliquias de la bienaventurada Herminia, noble virgen que padeció martirio bajo Diocleciano. Inútil parece buscar en las actas de los mártires el nombre y género de muerte de la bienaventurada Herminia. Los aldeanos tampoco la preguntaban, ni ganas de meterse en tales honduras. Para ellos, la Santa no era figura de cera, sino el mismo cuerpo incorrupto; del nombre germánico de la mártir hicieron el gracioso y familiar de Minia, y a fin de apropiárselo mejor, le añadieron el de la parroquia, llamándola Santa Minia de Tornelos. Poco les importaba a los devotos montañeses el cómo ni el cuándo de su Santa: veneraban en ella la Inocencia y el Martirio, el heroísmo de la debilidad; cosa sublime.

A la rapaza del molino le habían puesto Minia en la pila bautismal, y todos los años, el día de la fiesta de su patrona, arrodillábase la chiquilla delante de la urna tan embelesada con la contemplación de la Santa, que ni acertaba a mover los labios rezando. La fascinaba la efigie, que para ella también era un cuerpo real, un verdadero cadáver. Ello es que la Santa estaba preciosa; preciosa y terrible a la vez. Representaba la cérea figura a una jovencita como de quince años, de perfectas facciones pálidas. Al través de sus párpados cerrados por la muerte, pero ligeramente revulsos por la contracción de la agonía veíanse brillar los ojos de cristal con misterioso brillo. La boca, también entreabierta, tenía los labios lívidos, y transparecía el esmalte de la dentadura. La cabeza, inclinada sobre el almohadón de seda carmesí que cubría un encaje de oro ya deslucido, ostentaba encima del pelo rubio una corona de rosas de plata; y la postura permitía ver perfectamente la herida de la garganta, estudiada con clínica exactitud; las cortadas arterias, la faringe, la sangre, de la cual algunas gotas negreaban sobre el cuello. Vestía la Santa dalmática de brocado verde sobre la túnica de tafetán color de caramelo, atavío más teatral que romano en el cual entraban como elemento ornamental bastantes lentejuelas e hilillos de oro. Sus manos, finísimamente modeladas y exangües, se cruzaban sobre la palma de su triunfo. Al través de los vidrios de la urna, al reflejo de los cirios, la polvorienta imagen y sus ropas, ajadas por el transcurso del tiempo, adquirían vida sobrenatural. Diríase que la herida iba a derramar sangre fresca.

La chiquilla volvía de la iglesia ensimismada y absorta. Era siempre de pocas palabras; pero un mes después de la fiesta patronal, difícilmente salía de su mutismo, ni se veía en sus labios la sonrisa, a no ser que los vecinos le dijesen que «se parecía mucho con la Santa».
Los aldeanos no son blandos de corazón; al revés: suelen tenerlo tan duro y callado como las palmas de las manos; pero cuando no está en juego su interés propio, poseen cierto instinto de justicia que los induce a tomar el partido del débil oprimido por el fuerte. Por eso miraban a Minia con profunda lástima. Huérfana de padre y madre, la chiquilla vivía con sus tíos. El padre de Minia era molinero, y se había muerto de intermitentes Palúdicas, mal frecuente en los de su oficio; la madre le siguió al sepulcro, no arrebatada de pena, que en una aldeana sería extraño genero de muerte, sino a poder de un dolor de costado que tomó saliendo sudorosa de cocer la hornada de maíz. Minia quedó solita a la edad de año y medio, recién destetada. Su tío, Juan Ramón –que se ganaba la vida trabajosamente en el oficio de albañil, pues no era amigo de labranza–, entró en el molino como en casa propia, y, encontrando la industria ya fundada, la clientela establecida, el negocio entretenido y cómodo, ascendió a molinero, que en la aldea es ascender a personaje. No tardó en ser su consorte la moza con quien tenía trato, y de quien poseía ya dos frutos de maldición: varón y hembra. Minia y estos retoños crecieron mezclados, sin más diferencia aparente sino que los chiquitines decían al molinero y a la molinera papai mamai, mientras Minia, aunque nadie se lo hubiese enseñado, no los llamó nunca de otro modo que «señor tío» y «señora tía».

Si se estudiase a fondo la situación de la familia, se verían diferencias más graves. Minia vivía relegada a la condición de criada o moza de faena. No es decir que sus primos no trabajasen, porque el trabajo a nadie perdona en casa del labriego; pero las labores más viles, las tareas más duras, guardábanse para Minia. Su prima Melia, destinada por su madre a costurera, que es entre las campesinas profesión aristocrática, daba a la aguja en una sillita, y se divertía oyendo los requiebros bárbaros y las picardihuelas de los mozos y mozas que acudían al molino y se pasaban allí la noche en vela y broma, con notoria ventaja del diablo y no sin frecuente e ilegal acrecentamiento de nuestra especie. Minia era quien ayudaba a cargar el carro de tojo; la que, con sus manos diminutas, amasaba el pan; la que echaba de comer al becerro, al cerdo y a las gallinas; la que llevaba a pastar la vaca, y, encorvada y fatigosa, traía del monte el haz de leña, o del soto el saco de castañas, o el cesto de hierba del prado. Andrés, el mozuelo, no la ayudaba poco ni mucho; pasábase la vida en el molino, ayudando a la molienda y al maquileo, y de riola, fiesta, canto y repiqueteo de panderetas con los demás rapaces y rapazas. De esta temprana escuela de corrupción sacaba el muchacho pullas, dichos y barrabasadas que a veces molestaban a Minia, sin que ella supiese por qué ni tratase de comprenderlo.

El molino, durante varios años, produjo lo suficiente para proporcionar a la familia un cierto desahogo. Juan Ramón tomaba el negocio con interés, estaba siempre a punto aguardando por la parroquia, era activo, vigilante y exacto. Poco a poco, con el desgaste de la vida que corre insensible y grata, resurgieron sus aficiones a la holgazanería y el bienestar, y empezaron los descuidos, parientes tan próximos de la ruina. ¡El bienestar! Para un labriego estriba en poca cosa: algo más del torrezno y unto en el pote carne de cuando en cuando, pantrigo a discreción, leche cuajada o fresca, esto distingue al labrador acomodado del desvalido. Después viene el lujo de la indumentaria: el buen traje de rizo, las polainas de prolijo pespunte, la camisa labrada, la faja que esmaltan flores de seda, el pañuelo majo y la botonadura de plata en el rojo chaleco. Juan Ramón tenía de estas exigencias, y acaso no fuesen ni la comida ni el traje lo que introducía desequilibrio en su presupuesto, sino la pícara costumbre, que iba arraigándose, de «echar una pinga» en la taberna del Canelo, primero, todos los domingos; luego, las fiestas de guardar; por último muchos días en que la Santa Madre Iglesia no impone precepto de misa a los fieles. Después de las libaciones, el molinero regresaba a su molino, ya alegre como unas pascuas, ya tétrico, renegando de su suerte y con ganas de arrimar a alguien un sopapo. Melia, al verle volver así, se escondía. Andrés, la primera vez que su padre le descargó un palo con la tranca de la puerta, se revolvió como una furia, le sujetó y no le dejó ganas de nuevas agresiones; Pepona, la molinera, más fuerte, huesuda y recia que su marido, también era capaz de pagar en buena moneda el cachete; sólo quedaba Minia, víctima sufrida y constante, La niña recibía los golpes con estoicismo, palideciendo a veces cuando sentía vivo dolor –cuando, por ejemplo, la hería en la espinilla o en la cadera la punta de un zueco de palo–, pero no llorando jamás. La parroquia no ignoraba estos tratamientos, y algunas mujeres compadecían bastante a Minia. En las tertulias del atrio, después de misa; en las deshojas del maíz, en la romería del santuario, en las ferias, comenzaba a susurrarse que el molinero se empeñaba, que el molino se hundía, que en las maquilas robaban sin temor de Dios, y que no tardaría la rueda en pararse y los alguaciles en entrar allí para embargarles hasta la camisa que llevaban sobre los lomos.

Una persona luchaba contra la desorganización creciente de aquella humilde industria y aquel pobre hogar. Era Pepona, la molinera, mujer avara, codiciosa, ahorrona hasta de un ochavo, tenaz, vehemente y áspera. Levantada antes que rayase el día, incansable en el trabajo, siempre se le veía, ya inclinada labrando la tierra, ya en el molino regateando la maquila, ya trotando descalza, por el camino de Santiago adelante con una cesta de huevos, aves y verduras en la cabeza, para ir a venderla al mercado. Mas ¿qué valen el cuidado y el celo, la economía sórdida de una mujer, contra el vicio y la pereza de dos hombres? En una mañana se lo bebía Juan Ramón: en una noche de tuna despilfarraba Andrés el fruto de la semana de Pepona.

Mal andaban los negocios de la casa, y peor humorada la molinera, cuando vino a complicar la situación un año fatal, año de miseria y sequía, en que, perdiendo se la cosecha del maíz y trigo, la gente vivió de averiadas habichuelas, de secos habones, de pobres y héticas hortalizas, de algún centeno de la cosecha anterior, roído ya por el cornezuelo y el gorgojo. Lo más encogido y apretado que se puede imaginar en el mundo, no acierta a dar idea del grado de reducción que consigue el estómago de un labrador gallego y la vacuidad a que se sujetan sus elásticas tripas en años así. Berzas espesadas con harina y suavizadas con una corteza de tocino rancio; y esto un día y otro, sin sustancia de carne, sin espíritus vitales y devolver vigor al cuerpo. La patata, el pan del pobre, entonces apenas se conocía, porque no sé si dije que lo que voy contando ocurrió en los primeros lustros del siglo decimonono.
Considérese cuál andaría con semejante añada el molino de Juan Ramón. Perdida la cosecha, descansaba forzosamente la muela. El rodezno parado y silencioso, infundía tristeza; asemejaba el brazo de un paralítico. Los ratones, furiosos de no encontrar grano que roer, famélicos también ellos, correteaban alrededor de la Piedra, exhalando agrios chillidos. Andrés, aburrido por la falta de la acostumbrada tertulia, se metía cada vez más en danzas y aventuras amorosas, volviendo a casa como su padre, rendido y enojado, con las manos que le hormigueaban por zurrar. Zurraba a Minia con mezcla de galantería rústica y de brutalidad, y enseñaba los dientes a su madre porque la pitanza era escasa y desabrida. Vago ya de profesión, andaba de feria en feria buscando lances, pendencias y copas. Por fortuna, en primavera cayó soldado y se fue con el chopo camino de la ciudad. Hablando como la dura verdad nos impone, confesaremos que la mayor satisfacción que pudo dar a su madre fue quitársele de la vista: ningún pedazo de pan traía a casa, y en ella sólo sabía derrochar y gruñir, confirmando la sentencia: «Donde no hay harina, todo es mohína».

La víctima propiciatoria, la que expiaba todos los sinsabores y desengaños de Pepona, era…. ¿quién había de ser? Siempre había tratado Pepona a Minia con hostil indiferencia; ahora, con odio sañudo de impía madrastra. Para Minia los harapos; para Melia los refajos de grana; para Minia la cama en el duro suelo; para Melia un leito igual al de sus padres; a Minia se le arrojaba la corteza de pan de borona enmohecido, mientras el resto de la familia despachaba el caldo calentito y el compango de cerdo. Minia no se quejaba jamás. Estaba un poco más descolorida y perpetuamente absorta, y su cabeza se inclinaba a veces lánguidamente sobre el hombro, aumentándose entonces su parecido con la Santa. Callada, exteriormente insensible, la muchacha sufría en secreto angustia mortal, inexplicables marcos, ansias de llorar, dolores en lo más profundo y delicado de su organismo, misteriosa pena, y, sobre todo, unas ganas constantes de morirse para descansar yéndose al cielo… Y el paisajista o el poeta que cruzase ante el molino y viese el frondoso castaño, la represa con su agua durmiente y su orla de cañas, la pastorcilla rubia, que, pensativa, dejaba a la vaca saciarse libremente por el lindero orlado de flores, soñaría con idilios y haría una descripción apacible y encantadora de la infeliz niña golpeada y hambrienta, medio idiota ya a fuerza de desamores y crueldades.

II

Un día descendió mayor consternación que nunca sobre la choza de los molineros. Era llegado el plazo fatal para el colono: vencía el termino del arriendo, y, o pagaba al dueño del lugar, o se verían arrojados de el y sin techo que los cobijase, ni tierra donde cultivar las berzas para el caldo. Y lo mismo el holgazán Juan Ramón que Pepona la diligente, profesaban a aquel quiñón de tierra el cariño insensato que apenas profesarían a un hijo pedazo de sus entrañas. Salir de allí se les figuraba peor que ir para la sepultura: que esto, al fin, tiene que suceder a los mortales, mientras lo otro no ocurre sino por impensados rigores de la suerte negra. ¿Dónde encontrarían dinero? Probablemente no había en toda la comarca las dos onzas que importaba la renta del lugar. Aquel año de miseria –calculó Pepona–, dos onzas no podían hallarse sino en la boeta o cepillo de Santa Minia. El cura sí que tendría dos onzas, y bastantes más, cosidas en el jergón o enterradas en el huerto… Esta probabilidad fue asunto de la conversación de los esposos, tendidos boca a boca en el lecho conyugal, especie de cajón con una abertura al exterior, y dentro un relleno de hojas de maíz y una raída manta. En honor de la verdad, hay que decir que a Juan Ramón, alegrillo con los cuatro tragos que había echado al anochecer para confortar el estómago casi vacío, no se le ocurría siquiera aquello de las onzas del cura hasta que se lo sugirió, cual verdadera Eva, su cónyuge; y es justo observar también que contestó a la tentación con palabras muy discretas, como si no hablase por su boca el espíritu parral.

–Oyes, tú, Juan Ramón… El clérigo sí que tendrá a rabiar lo que aquí nos falta… Ricas onciñas tendrá el clérigo. ¿Tú roncas, o me oyes, o que haces?
–Bueno, ¡rayo!, y si las tiene, ¿que rayos nos interesa? Dar, no nos las ha de dar.
–Darlas, ya se sabe; pero…. emprestadas…
–¡Emprestadas! Sí, ve a que te empresten… –Yo digo emprestadas así, medio a la fuerza… Malditos!… No sois hombres, no tenéis de hombres sino la parola… Si estuviese aquí Andresiño… un día… al oscurecer..
–Como vuelvas a mentar eso, los diaños lleven si no te saco las muelas del bofetón…
–Cochinos de cobardes; aún las mujeres tenemos más riñones…
–Loba, calla; tú quieres perderme. El clérigo tiene escopeta…. y a más quieres que Santa Minia mande una centella que mismamente nos destrice…
–Santa Minia es el miedo que te come…
–¡Torna, malvada!…
–¡Pellejo, borranchón!…
Estaba echada Minia sobre un haz de paja, a poca distancia de sus tíos, en esa promiscuidad de las cabañas gallegas, donde irracionales y racionales, padres e hijos, yacen confundidos y mezclados Aterida de frío bajo su ropa, que había amontonado para cubrirse –pues manta Dios la diese–, entreoyó algunas frases sospechosas y confusas, las excitaciones sordas de la mujer, los gruñidos y chanzas vinosas del hombre. Tratábase de la Santa…

Pero la niña no comprendió. Sin embargo, aquello le sonaba mal; le sonaba a ofensa, a lo que ella, si tuviese nociones de lo que tal palabra significa, hubiese llamado desacato. Movió los labios para rezar la única oración que sabía, y así, rezando, se quedó traspuesta. Apenas le salteó el sueño, le pareció que una luz dorada y azulada llenaba el recinto de la choza. En medio de aquella luz, o formando aquella luz, semejante a la que despedía la «madama de fuego» que presentaba el cohetero en la fiesta patronal, estaba la Santa, no reclinada, sino en pie, y blandiendo su palma como si blandiese un arma terrible. Minia creía oír distintamente estas palabras: «¿Ves? Los mato». Y mirando al lecho de sus tíos, los vio cadáveres, negros, carbonizados, con la boca torcida y la lengua de fuera… En este momento se dejó oír el sonoro cántico del gallo; la becerrilla mugió en el establo, reclamando el pezón de su madre… Amanecía.

Si pudiese la niña hacer su gusto, se quedaría acurrucada entre la paja la mañana que siguió a su visión. Sentía gran dolor en los huesos, quebrantamiento general, sed ardiente. Pero la hicieron levantar, tirándola del pelo y llamándola holgazana, y, según costumbre, hubo de sacar el ganado. Con su habitual pasividad no replicó; agarró la cuerda y echó hacia el pradillo. La Pepona, por su parte, habiéndose lavado primero los pies y luego la cara en el charco más próximo a la represa del molino, y puéstose el dengue y el mantelo de los días grandes, y también –lujo inaudito– los zapatos, colocó en una cesta hasta dos docenas de manzanas, una pella de manteca envuelta en una hoja de col, algunos huevos y la mejor gallina ponedora, y, cargando la cesta en la cabeza, salió del lugar y tomó el camino de Compostela con aire resuelto. Iba a implorar, a pedir un plazo, una prórroga, un perdón de renta, algo que les permitiese salir de aquel año terrible sin abandonar el lugar querido, fertilizado con su sudor.. Porque las dos onzas del arriendo…. ¡quia!, en la boeta de Santa Minia o en el jergón del clérigo seguirían guardadas, por ser un calzonazos Juan Ramón y faltar de la casa Andresiño…. y no usar ella, en lugar de refajos, las mal llevadas bragas del esposo.

No abrigaba Pepona grandes esperanzas de obtener la menor concesión, el más pequeño respiro. Así se lo decía a su vecina y comadre Jacoba de Alberte, con la cual se reunió en el cuerpo, enterándose de que iba a hacer la misma jornada, pues Jacoba tenía que traer de la ciudad medicina para su hombre, afligido con su asma de todos los demonios, que no le dejaba estar acostado, ni por las mañanas casi respirar. Resolvieron las dos comadres ir juntas para tener menos miedo a los lobos o a los aparecidos, si al volver se les echaba la noche encima; y pie ante pie, haciendo votos porque no lloviese, pues Pepona llevaba a cuestas el fondito del arca, emprendieron su caminata charlando.

–Mi matanza –dijo la Pepona– es que no podré hablar cara a cara con el señor marqués, y al apoderado tendré que arrodillarme. Los señores de mayor señorío son siempre los más compadecidos del pobre. Los peores, los señoritos hechos a puñetazos, como don Mauricio, el apoderado; ésos tienen el corazón duro como las piedras y le tratan a uno peor que a la suela del zapato. Le digo que voy allá como el buey al matadero.

La Jacoba, que era una mujercilla pequeña, de ojos ribeteados de apergaminadas facciones, con dos toques cual de ladrillos en los pómulos, contestó en voz plañidera:

–¡Ay, comadre! Iba yo cien veces a donde va, y no quería ir una a donde voy ¡Santa Minia nos valga! Bien sabe el Señor Nuestro Dios que me lleva la salud del hombre, porque la salud vale más que las riquezas. No siendo por amor de la salud, ¿quien tiene valor de pisar la botica de don Custodio?

Al oír este nombre, viva expresión de curiosidad azorada se pintó en el rostro de la Pepona y arrugóse su frente, corta y chata, donde el pelo nacía casi a un dedo de las tupidas cejas.

–¡Ay! Sí, mujer… Yo nunca allá fui. Hasta por delante de la botica no me da gusto pasar. Andan no se qué dichos, de que el boticario hace «meigallos».
–Eso de no pasar, bien se dice; pero cuando uno tiene la salud en sus manos… La salud vale más que todos los bienes de este mundo; y el pobre que no tiene otro caudal sino la salud, ¿qué no hará por conseguirla? Al demonio era yo capaz de ir a pedirle en el infierno la buena untura para mi hombre. Un peso y doce reales llevamos gastados este año en botica, y nada: como si fuese agua de la fuente; que hasta es un pecado derrochar los cuartos así, cuando no hay una triste corteza para llevar a la boca. De manera es que ayer por la noche, mi hombre, que tosía que casi arreventaba, me dijo, dice: «¡Ei!, Jacoba: o tú vas a pedirle a don Custodio la untura, o yo espicho. No hagas caso del medico; no hagas caso, si a manos viene, ni de Cristo Nuestro Señor; a don Custodio has de ir; que si el quiere, del apuro me saca con sólo dos cucharaditas de los remedios que sabe hacer. Y no repares en dinero, mujer, no siendo que quiéraste quedar viuda. Así es que… — Jacoba metió misteriosamente la mano en el seno y extrajo, envuelto en un papelito, un objeto muy chico– aquí llevo el corazón del arca… : ¡un dobloncillo de a cuatro! Se me van los «espíritus» detrás de él; me cumplía para mercar ropa, que casi desnuda en carnes ando; pero primero es la vida del hombre, mi comadre…. y aquí lo llevo para el ladrón de don Custodio. Asús me perdone.

La Pepona reflexionaba, deslumbrada por la vista del doblón y sintiendo en el alma una oleada tal de codicia que la sofocaba casi.
–Pero diga, mi comadre –murmuró con ahínco, apretando sus grandes dientes de caballo y echando chispas por los ojuelos–. Diga: ¿cómo hará don Custodio para pagar tantos cuartos? ¿Sabe que se cuenta por ahí? Que mercó este año muchos lugares del marqués. Lugares de los más riquísimos. Dicen que ya tiene mercados dos mil ferrados de trigo de renta.

–¡Ay, mi comadre! ¿Y cómo quiere que no gane cuartos ese hombre que cura todos los males que el Señor inventó? Miedo da al entrar allí; pero cuando uno sale con la salud en la mano… Ascuche: ¿quien piensa que le quitó la «reúma» al cura de Morlán? Cinco años llevaba en la cama, baldado, imposibilitado…. y de repente un día se levanta, bueno, andando como usté y como yo. Pues, ¿que fue? La untura que le dieron en los cuadriles, y que le costó media onza en casa de don Custodio. ¿Y el tío Gorlo; el posadero de Silleda? Ese fue mismo cosa de milagro. Ya le tenían puesto los santolios y traerle un agua blanca de don Custodio… y como si resucitara.

_¡Que cosas hace Dios!
–¿Dios? –contestó la Jacoba–. A saber si las hace Dios o el diaño… Comadre, le pido de favor que me ha de acompañar cuando entre en la botica…
–Acompañaré.
Cotorreando así, se les hizo llevadero el camino a las dos comadres. Llegaron a Compostela a tiempo que las campanas de la catedral y de numerosas iglesias tocaban a misa, y entraron a oírla en las Animas, templo muy favorito de los aldeanos, y, por tanto, muy gargajoso, sucio y maloliente. De allí, atravesando la plaza llamada del Pan, inundada de vendedoras de molletes y cacharros, atestada de labriegos y de caballerías, se metieron bajo los soportales, sustentados por columnas de bizantinos capiteles, y llegaron a la temerosa madriguera de don Custodio.

Bajábase a ella por dos escalones, y entre esto y que los soportales roban luz, encontrábase siempre la botica sumergida en vaga penumbra, resultado a que cooperaban también los vidrios azules, colorados y verdes, innovación entonces flamante y rara. La anaquelería ostentaba aún esos pintorescos botes que hoy se estiman como objeto de arte, y sobre los cuales se leían, en letras góticas, rótulos que parecen fórmulas de alquimia: «Rad, Polip. Q», «Ra, Su. Eboris», «Stirac. Cala», y otros letreros de no menos siniestro cariz. En un sillón de vaqueta, reluciente ya por el uso, ante una mesa, donde un atril abierto sostenía voluminoso libro, hallábase el boticario, que leía cuando entraron las dos aldeanas, y que al verlas entrar se levantó. Parecía hombre de unos cuarenta y tantos años; era de rostro chupado, de hundidos ojos y sumidos carrillos, de barba picuda y gris, de calva primeriza y ya lustrosa, y con aureola de largas melenas que empezaban a encanecer: una cabeza macerada y simpática de santo penitente o de doctor alemán emparedado en su laboratorio. Al plantarse delante de las dos mujeres, caía sobre su cara el reflejo de uno de los vidrios azules, y realmente se la podía tomar por efigie de escultura. No habló palabra, contentándose con mirar fijamente a las comadres. Jacoba temblaba cual si tuviese azogue en las venas y la Pepona, más atrevida, fue la que echó todo el relato del asma, y de la untura, y del compadre enfermo, y del doblón. Don Custodio asintió, inclinando gravemente la cabeza: desapareció tres minutos tras la cortina de sarga roja que ocultaba la entrada de la rebotica; volvió con un frasquito cuidadosamente lacrado; tomó el doblón, sepultólo en el cajón de la mesa, y volviendo a la Jacoba un peso duro, contentóse con decir:

–Úntele con esto el pecho por la mañana y por la noche — y sin más se volvió a su libro.
Miráronse las comadres, y salieron de la botica como un alma que lleva el diablo; Jacoba, fuera ya, se persignó. Serían las tres de la tarde cuando volvieron a reunirse en la taberna, a la entrada de la carretera, donde comieron un «taco» de pan y una corteza de queso duro, y echaron al cuerpo el consuelo de dos deditos de aguardiente. Luego emprendieron el retorno. La Jacoba iba alegre como unas pascuas; poseía el remedio para su hombre; había vendido bien medio ferrado de habas, y de su caro doblón un peso quedaba aún por misericordia de don Custodio. Pepona, en cambio, tenía la voz ronca y encendidos los ojos; sus cejas se juntaban más que nunca; su cuerpo, grande y tosco, se doblaba al andar, cual si le hubiesen administrado alguna soberana paliza. No bien salieron a la carretera, desahogó sus cuitas en amargos lamentos; el ladrón de don Mauricio, como si fuese sordo de nacimiento o verdugo de los infelices:

–«La renta, o salen del lugar» ¡Comadre! Allí lloré, grité, me puse de rodillas, me arranqué los pelos, te pedí por el alma de su madre y de quien tiene en el otro mundo… Él, tieso: «La renta, o salen del lugar». El atraso de ustedes ya no viene de este año, ni es culpa de la mala cosecha … Su marido bebe, y su hijo es otro que bien baila … El señor marqués le diría lo mismo… Quemado está con ustedes… Al marqués no le gustan borrachos en sus lugares.» Yo repliquéle: «Señor, venderemos los bueyes y la vaquita…. y luego, ¿con qué labramos? Nos venderemos por esclavos nosotros … » «La renta, les digo…. y lárguese ya». Mismo así, empurrando, empurrando…. echóme por la puerta. ¡Ay! Hace bien en cuidar a su hombre, señora Jacoba… ¡Un hombre que no bebe! A mí me ha de llevar a la sepultura aquel pellejo… Si le da por enfermarse, con medicina que yo le compre no sanará.

En tales pláticas iban entreteniendo las dos comadres el camino. Como en invierno anochece pronto, hicieron por atajar, internándose hacia el monte, entre espesos pinares. Oíase el toque del Angelus en algún campanario distante, y la niebla, subiendo del río, empezaba a velar y confundir los objetos. Los pinos y los zarzales se esfumaban entre aquella vaguedad gris, con espectral apariencia. A las labradoras les costaba trabajo encontrar el sendero.
–Comadre –advirtió, de pronto y con inquietud, Jacoba–, por Dios le encargo que no cuente en la aldea lo del unto…
–No tenga miedo, comadre… Un pozo es mi boca.
— Porque si lo sabe el señor cura, es capaz de echarnos en misa una pauliña …
–¿Y a el qué le interesa? –Pues como dicen que esta untura «es lo que es»…
–¿De que?
–¡Ave María de gracia, comadre! –susurró Jacoba, deteniéndose y bajando la voz, como si los pinos pudiesen oírla y delatarla–. ¿De veras no lo sabe? Me pasmo. Pues hoy, en el mercado, no tenían las mujeres otra cosa que decir, y las mozas primero se dejaban hacer trizas que llegarse al soportal. Yo, si entré allí, es porque de moza ya he pasado; pero vieja y todo, si usté no me acompaña, no pongo el pie en la botica. ¡La gloria Santa Minia nos valga!

–A fe, comadre, que no sé ni esto… Cuente, comadre, cuente… Callaré lo mismo que si muriera.
— ¡Pues si no hay más de que hablar, señora! ¡Asús querido! Estos remedios tan milagrosos, que resucitan a los difuntos, hácelos don Custodio con «unto de moza».
–¿Unto de moza…?
–De moza soltera, rojiña , que ya esté en sazón de poder casar. Con un cuchillo te saca las mantecas, y va y las derrite, y prepara los medicamentos. Dos criadas mozas tuvo, y ninguna se sabe qué fue de ella, sino que, como si la tierra se las tragase, que desaparecieron y nadie las volvió a ver. Dice que ninguna persona humana ha entrado en la trasbotica; que allí tiene una «trapela», y que muchacha que entra y pone el pie en la «trapela»…. ¡plas!, cae en un pozo muy hondo, muy hondísimo, que no se puede medir la profundidad que tiene…. y allí el boticario le arranca el unto.

Sería cosa de haberle preguntado a la Jacoba a cuántas brazas bajo tierra estaba situado el laboratorio del destripador de antaño; pero las facultades analíticas de la Pepona eran menos profundas que el pozo, y limitóse a preguntar con ansia mal definida:

–¿Y para «eso sólo sirve el unto de las mozas?»
–Sólo. Las viejas no valemos ni para que nos saquen el unto siquiera.
Pepona guardó silencio. La niebla era húmeda: en aquel lugar montañoso convertíase en «brétema», e imperceptible y menudísima llovizna cataba a las dos comadres, transidas de frío y ya asustadas por la oscuridad. Como se internasen en la escueta gándara que precede al lindo vallecito de Tornelos, y desde la cual ya se divisa la torre del santuario, Jacoba murmuró con apagada voz:

–Mi comadre … ¿no es un lobo eso que por ahí va?
–¿Un lobo? –dijo, estremeciéndose, Pepona.
–Por allí…. detrás de aquellas piedras…. dicen que estos días ya llevan comida mucha gente. De un rapaz de Morlán sólo dejaron la cabeza y los zapatos. ¡Asús!

El susto del lobo se repitió dos o tres veces antes que las comadres llegasen a avistar la aldea. Nada, sin embargo, confirmó sus temores, ningún lobo se les vino encima. A la puerta de la casucha de Jacoba despidiéronse, y Pepona entró sola en su miserable hogar. Lo primero con que tropezó en el umbral de la puerta fue con el cuerpo de Juan Ramón, borracho como una cuba, y al cual fue preciso levantar entre maldiciones y reniegos, llevándole en peso a la cama. A eso de medianoche, el borracho salió de su sopor, y con estropajosas palabras acertó a preguntar a su mujer qué teníamos de la renta. A esta pregunta, y a su desconsoladora contestación, siguieron reconvenciones, amenazas, blasfemias, un cuchicheo raro, acalorado, furioso. Minia, tendida sobre la paja, prestaba oído; latíale el corazón; el pecho se le oprimía; no respiraba; pero llegó un momento en que la Pepona, arrojándose del lecho, le ordenó que se trasladase al otro lado de la cabaña, a la parte donde dormía el ganado. Minia cargó con su brazado de paja, y se acurrucó no lejos del establo, temblando de frío y susto. Estaba muy cansada aquel día; la ausencia de Pepona la había obligado a cuidar de todo, a hacer el caldo, a coger hierba, a lavar, a cuantos menesteres y faenas exigía la casa… Rendida de fatiga y atormentada por las singulares desazones de costumbre, por aquel desasosiego que la molestaba, aquella opresión indecible, ni acababa de venir el sueño a sus Párpados ni de aquietarse su espíritu. Rezó maquinalmente, pensó en la Santa, y dijo entre sí, sin mover los labios: «Santa Minia querida, llévame pronto al Cielo; pronto, pronto …» Al fin se quedó, si no precisamente dormida, al menos en ese estado mixto propio a las visiones, a las revelaciones psicológicas y hasta a las revoluciones físicas. Entonces le pareció, como la noche anterior, que veía la efigie de la mártir; sólo que, ¡cosa rara!, no era la Santa; era ella misma, la pobre rapaza, huérfana de todo amparo, quien estaba allí tendida en la urna de cristal, entre los cirios, en la iglesia. Ella tenía la corona de rosas; la dalmática de brocado verde cubría sus hombros; la palma la agarraban sus manos pálidas y frías; la herida sangrienta se abría en su propio pescuezo, y por allí se le iba la vida, dulce e insensiblemente, en oleaditas de sangre muy suaves, que al salir la dejaban tranquila, extática, venturosa… Un suspiro se escapó del pecho de la niña; puso los ojos en blanco, se estremeció…. y quedóse completamente inerte. Su última impresión confusa fue que ya había llegado al Cielo, en compañía de la Patrona.

III

En aquella rebotica, donde, según los autorizados informes de Jacoba de Alberte, no entraba nunca persona humana, solía hacer tertulia a don Custodio las más noches un canónigo de la Santa Metropolitana iglesia, compañero de estudios del farmacéutico, hombre ya maduro, sequito como un pedazo de yesca, risueño, gran tomador de tabaco. Este tal era constante amigo e íntimo confidente de don Custodio, y, a ser verdad los horrendos crímenes que al boticario atribuía el vulgo, ninguna persona más a propósito para guardar el secreto de tales abominaciones que el canónigo don Lucas Llorente, el cual era la quintaesencia del misterio y de la incomunicación con el público profano. El silencio, la reserva más absoluta, tomaba en Llorente proporciones y carácter de manía. Nada dejaba transparentar de su vida, y acciones, aun las más leves e inocentes. El lema del canónigo era: «Que nadie sepa cosa alguna de ti.» Y aun añadía (en la intimidad de la trasbotica): «Todo lo que averigua la gente acerca de lo que hacemos o pensamos, lo convierte en arma nociva y mortífera. Vale más que invente que no edifique sobre el terreno que te ofrezcamos nosotros mismos.»

Por este modo de ser y por la inveterada amistad, don Custodio le tenía por confidente absoluto, y sólo con él hablaba de ciertos asuntos graves, y sólo de Él se aconsejaba en los casos peligrosos o difíciles. Una noche en que, por señas, llovía a cántaros, tronaba y relampagueaba a trechos, encontró Llorente al boticario agitado, nervioso, semiconvulso. Al entrar el canónigo se arrojó hacia él, y tomándole las manos y arrastrándole hacia el fondo de la rebotica, donde, en vez de la pavorosa «trapela» y el pozo sin fondo, había armarios, estantes, un canapé y otros trastos igualmente inofensivos, le dijo con voz angustiosa:

–¡Ay amigo Llorente! ¡De qué modo me pesa haber seguido en todo tiempo sus consejos de usted, dando pábulo a las hablillas de los necios! A la verdad, yo debí desde el primer día desmentir cuentos absurdos y disipar estúpidos rumores… Usted me aconsejó que no hiciese nada, absolutamente nada, para modificar la idea que concibió el vulgo de mí, gracias a mi vida retraída, a los viajes que realicé al extranjero para aprender los adelantos de mi profesión, a mi soltería y a la maldita casualidad (aquí el boticario titubeó un poco) de que dos criadas…. jóvenes…. hayan tenido que marcharse secretamente de casa, sin dar cuenta al público de los motivos de su viaje … ; porque…. ¿qué calabazas le importaba al público los tales motivos, me hace usted el favor de decir? Usted me repetía siempre: «Amigo Custodio, deje correr la bola; no se empeñe nunca en desengañar a los bobos, que al fin no se desengañan, e interpretan mal los esfuerzos que se hacen para combatir sus preocupaciones. Que crean que usted fabrica sus ungüentos con grasa de difunto y que se los paguen más caros por eso, bien; dejadles, dejadles que rebuznen. Usted véndales remedios buenos, y nuevos de la farmacopea moderna, que asegura usted está muy adelantada allá en los países extranjeros que usted visitó. Cúrense las enfermedades, y crean los imbéciles que es por arte de birlibirloque. La borricada mayor de cuantas hoy inventan y propalan los malditos liberales es esa de «ilustrar a las multitudes». ¡Buena ilustración te dé Dios! Al pueblo no puede ilustrársele. Es y será eternamente un hatajo de babiecas, una recua de jumentos. Si le presenta usted las cosas naturales y racionales, no las cree. Se pirra por lo raro, estrambótico, maravilloso e imposible. Cuanto más gorda es una rueda de molino, tanto más aprisa la comulga. Conque, amigo Custodio, usted deje de andar la procesión, y si puede, apande el estandarte…Este mundo es una danza…

–Cierto –interrumpió el canónigo, sacando su cajita de rapé y torturando entre las yemas el polvito–; eso te debí decir; y qué, ¿tan mal le ha ido a usted con mis consejos? Yo creí que el cajón de la botica estaba de duros a reventar, y que recientemente había usted comprado unos lugares muy hermosos en Valeiro.

–¡Los compré, los compré; pero también los amargo! — exclamó el farmacéutico–. ¡Si le cuento a usted lo que me ha pasado hoy! Vaya, discurra. ¿Qué creerá usted que me ha sucedido? Por mucho que prense el entendimiento para idear la mayor barbaridad … , lo que es con esta no acierta usted, ni tres como usted.

–¿Qué ha sido ello?
–¡Verá, verá! Esto es lo gordo. Entra hoy en mi botica, a la hora en que estaba completamente sola, una mujer de la aldea, que ya había venido días atrás con otra a pedirme un remedio para el asma: una mujer alta, de rostro duro, cejijunta, con la mandíbula saliente, la frente chata y los ojos como dos carbones. Un tipo imponente, créalo usted. Me dice que quiere hablarme en secreto y después de verse a solas conmigo en el sitio seguro, resulta… ¡Aquí entra lo mejor! Resulta que viene a ofrecerme el unto de una muchacha, sobrina suya, casadera ya, virgen, roja, con todas las condiciones requeridas, en fin, para que el unto convenga a los remedios que yo acostumbro hacer.. ¿Qué dice usted a eso, canónigo? A tal punto hemos llegado. Es por ahí cosa corriente y moliente que yo destripo a las mozas, y que con las mantecas que les saco compongo esos remedios maravillosos, ¡puf!, capaces hasta de resucitar a los difuntos. La mujer me lo aseguró. ¿Lo está usted viendo? ¿Comprende la … ancha que sobre mí ha caído? Soy el terror de las aldeas, el espanto de las muchachas y el ser más aborrecible y más cochino que puede concebir la imaginación.
Un trueno lejano y profundo acompañó las últimas palabras del boticario. El canónigo se reía, frotando sus manos sequitas y meneando alegremente la cabeza. Parecía que hubiere logrado un grande y apetecido triunfo.
–Yo sí que digo: ¿lo ve usted, hombre? ¿Ve cómo son todavía más bestias, animales, cinocéfalos y mamelucos de lo que yo mismo pienso? ¿Ve cómo se les ocurre siempre la mayor barbaridad, el desatino de más grueso calibre y la burrada más supina? Basta que usted sea el hombre más sencillo, bonachón y pacífico del orbe; basta que tenga usted ese corazón blanducho, que se interese usted por las calamidades ajenas, aunque le importen un tábano; que sea usted incapaz de matar a una mosca y sólo piense en sus librotes, en sus estudios, y en sus químicas, para que los grandísimos salvajes le tengan por monstruo horrible, asesino, reo de todos los crímenes y abominaciones.

–Pero ¿quién habrá inventado estas calumnias, Llorente?
–¿Quien? La estupidez universal…. forrada en la malicia universal también. La bestia del apocalipsis…, que es el vulgo, créame, aunque San Juan no lo haya dejado muy claramente dicho.

–¡Bueno! Así será; pero yo, en lo sucesivo, no me dejo calumniar más. No quiero; no, señor. ¡Mire usted qué conflicto! ¡A poco que me descuide, una chica muerta por mi culpa! Aquella fiera, tan dispuesta a acogotarla. Figúrese usted que repetía: «La despacho y la dejo en el monte, y digo que la comieron los lobos. Andan muchos por este tiempo del año, y verá cómo es cierto, que al día siguiente aparece comida.» ¡Ay canónigo! ¡Si usted viese el trabajo que me costó convencer a aquella caballería mayor de que ni yo saco el unto a nadie ni he soñado en tal! Por más que la repetía: «Eso es una animalada que corre por ahí, una infamia, una atrocidad, un desatino, una picardía; y como yo averigüe quien es el que lo propala, a ése sí que le destripo», la mujer, firme como un poste, y erre que erre. «Señor, dos onzas nada más.. Todo calladito, todo calladito… En dos onzas, tiene los untos. Otra proporción tan buena no la encuentra nunca.» ¡Qué víbora malvada! Las Furias del infierno deben de tener una cara así… Le digo a usted que me costó un triunfo persuadirla. No quería irse. A poco la echo con un garrote.
–¡Y ojalá que la haya usted persuadido! –articuló el canónigo, repentinamente preocupado y agitado, dando vueltas a la tabaquera entre los dedos–. Me temo que ha hecho usted un pan como unas hostias. ¡Ay Custodio! La ha errado usted. Ahora sí que juro yo que la ha errado.
–¿Qué dice usted, hombre, o canónigo, o demonio? — exclamó el boticario, saltando en su asiento alarmadísimo.
–Que la ha errado usted. Nada, que ha hecho una tontería de marca mayor por figurarse, como siempre, que en esos brutos cabe una chispa de razón natural, y que es lícito y conducente para algo el decirles la verdad y argüirles con ella y alumbrarlos con las luces del intelecto. A tales horas, probablemente la chica está en la gloria, tan difunta como mi abuela… Mañana por la mañana, o pasado le traen el unto envuelto en un trapo… ¡Ya lo verá!

–Calle, calle… No puedo oír eso. Eso no cabe en cabeza humana… ¿Yo qué debí hacer? ¡Por Dios, no me vuelva loco!
–¿Que qué debió hacer? Pues lo contrario de lo razonable, lo contrario de lo que haría usted conmigo o con cualquiera otra persona capaz de sacramentos, y aunque quizá tan mala como el populacho, algo menos bestia… Decirles que sí, que usted compraba el unto en dos onzas, o en tres, o en ciento…

–Pero entonces…
–Aguarde, deje me acabar.. Pero que el unto sacado por ellos de nada servía. Que usted en persona tenía que hacer la operación y, por consiguiente, que le trajesen a la muchachita sanita y fresca… Y cuando la tuviese segura en su poder, ya echaríamos mano de la justicia para prender y castigar a los malvados… ¿Pues no ve usted claramente que ésa es una criatura de la cual se quieren deshacer, que les estorba, o porque es una boca más o porque tiene algo y ansían heredarla? ¿No se le ha ocurrido que una atrocidad así se decide en un día, pero se prepara y fermenta en la conciencia a veces largos años? La chica está sentenciada a muerte. Nada; crea usted que a estas horas…

Y el canónigo blandió la tabaquera, haciendo el expresivo ademán del que acogota.
–¡Canónigo, usted acabará conmigo! ¿Quien duerme ya esta noche? Ahora mismo ensillo la yegua y me largo a Tornelos…

Un trueno más cercano y espantoso contestó al boticario que su resolución era impracticable. El viento mugió y la lluvia se desencadenó furiosa, aporreando los vidrios.
–¿Y usted afirma –preguntó con abatimiento don Custodio– que serán capaces de tal iniquidad?

–De todas. Y de inventar muchísimas que aún no se conocen. ¡La ignorancia es invencible, y es hermana del crimen!
–Pues usted –arguyó el boticario– bien aboga por la perpetuidad de la ignorancia.

–¡Ay amigo mío! –respondió el oscurantista–. ¡La ignorancia es un mal. Pero el mal es necesario y eterno, de tejas abajo, en este pícaro mundo! Ni del mal ni de la muerte conseguiremos jamás vernos libres.

¡Qué noche pasó el honrado boticario, tenido, en concepto del pueblo, por el monstruo más espantable ya quien tal vez dos siglos antes hubiesen procesado acusándole de brujería!

Al amanecer echó la silla a la yegua blanca que montaba en sus excursiones al campo y tomó el camino de Tornelos. El molino debía de servirle de seña para encontrar presto lo que buscaba.
El sol empezaba a subir por el cielo, que después de la tormenta se mostraba despejado y sin nubes, de una limpidez radiante. La lluvia que cubría las hierbas se evaporaba ya, y secábase el llanto derramado sobre los zarzales por la noche. El aire diáfano y transparente, no excesivamente frío, empezaba a impregnarle de olores ligeros que exhalaban los mojados pinos. Una pega, manchada de negro y blanco, saltó casi a los pies del caballo de don Custodio. Una liebre salió de entre los matorrales, y loca de miedo, graciosa y brincadora, pasó por delante del boticario.

Todo anunciaba uno de esos días espléndidos de invierno que en Galicia suelen seguir a las noches tempestuosas y que tienen incomparable placidez, y el boticario, penetrado por aquella alegría del ambiente, comenzaba a creer que todo lo de la víspera era un delirio, una pesadilla trágica o una extravagancia de su amigo. ¿Cómo podía nadie asesinar a nadie, y así, de un modo tan bárbaro e inhumano? Locuras, insensateces, figuraciones del canónigo. ¡Bah! En el molino, a tales horas, de fijo que estarían preparándose a moler el grano. Del santuario de Santa Minia venía, conducido por la brisa, el argentino toque de la campana, que convocaba a la misa primera. Todo era paz, amor y serena dulzura en el campo…

Don Custodio se sintió feliz y alborozado como un chiquillo, y sus pensamientos cambiaron de rumbo. Si la rapaza de los untos era bonita y humilde… se la llevaría consigo a su casa, redimiéndola de la triste esclavitud y del peligro y abandono en que vivía. Y si resultaba buena, leal, sencilla, modesta, no como aquellas dos locas, que la una se había escapado a Zamora con un sargento, y la otra andando en malos pasos con un estudiante, para que al fin resultara lo que resultó y la obligó a esconderse… Si la molinerita no era así, y al contrario, realizaba un suave tipo soñado alguna vez por el empedernido solterón….entonces, ¿quien sabe, Custodio? Aún no eres tan viejo que…

Embelesado con estos pensamientos, dejó la rienda a la yegua…. y no reparó que iban metiéndose monte adentro, monte adentro, por lo más intrincado y áspero de él. Notólo cuando ya llevaba andado buen trecho del camino. Volvió grupas y lo desanduvo; pero con poca fortuna, pues hubo de extraviarse más, encontrándose en un sitio riscoso y salvaje. Oprimía su corazón, sin saber por que, extraña angustia.

De repente, allí mismo, bajo los rayos del sol, del alegre, hermoso, que reconcilia a los humanos consigo mismos y con la existencia, divisó un bulto, un cuerpo muerto, el de una muchacha… Su doblada cabeza descubría la tremenda herida del cuello. Un «mantelo» tosco cubría la mutilación de las despedazadas y puras entrañas; sangre alrededor, desleída ya por la lluvia, las hierbas y malezas pisoteadas, y en tomo, el gran silencio de los altos montes y de los solitarios pinares…

IV

A Pepona la ahorcaron en La Coruña. Juan Ramón fue sentenciado a presidio. Pero la intervención del boticario en este drama jurídico bastó para que el vulgo le creyese más destripador que antes, y destripador que tenía la habilidad de hacer que pagasen justos por pecadores, acusando a otros de sus propios atentados. Por fortuna, no hubo entonces en Compostela ninguna jarana popular; de lo contrario, es fácil que le pegasen fuego a la botica, lo cual haría frotarse las manos al canónigo Llorente, que veía confirmadas sus doctrinas acerca de la estupidez universal e irremediable.

Lo simple que es difícil de inventar

¿Nada tengo en contra del microprocesador,
pero cómo estaríamos sin agua?
¿Qué es una sonda de Júpiter
comparada con el cerebro de una mosca?
¡Cómo se esfuerzan
esos ratones de laboratorio con la clonación!
Mucho mejor es follar.
¡Y el diente de león sobre todo,
cómo se lo monta: graciosa
elegancia insuperable!
Nunca en la vida,
queridos premios Nobel,
reconocedlo,
habríais inventado nada así.

Refranes andaluces

Recopilación de refranes andaluces que he ido poniendo tal como me vinieron a la memoria.
En homenaje a mi madre y su sabiduría andaluza, heredada de su padre y su tía María, la fumadora.
Los he escrito con gran placer y riéndome mucho, con la memoria llena de recuerdos de las tertulias del barrio de Sevilla entre mi madre y el viejo estanquero quien embelesado con su sapiencia le decía:
-¡Venga Rosario, a ver que refrán me sacas hoy!

El estanquero era un viejo arquitecto jubilado que se aburria en su estanco, él la esperaba a la puerta invitándola a entrar, puesto que ella no compraba tabaco, solamente para oírla hablar.

(Escritos en castellano: léanse con el acento andaluz seseante de Cádiz y Sevilla)

El que tiene un vicio
cuando no se mea en la pared
se mea en el quicio.

A puerta cerrada
viene el Demonio y se va.

La jodienda
no tiene enmienda.

Como come el mulo
caga el culo.

Yo no siento que mi niño enfermó
sino la guasita que le quedó.

El que come bien y caga bien
¡Mierda pal medico!

Mas vale una vez colorado
que un ciento amarillo.

El vecino nuevo
rempuja al viejo. (Hablando del acto de defecar)

Pueden mas dos tetas
que dos carretas.

El que duerme en el mismo colchón
se vuelve de la misma opinión.

Muera la gallina
con su pepita.

Tanto quiso el Demonio a sus hijos
que les sacó los ojos.

Cuando el Demonio no tiene nada que hacer
mata moscas con el rabo.

Ya pagará el borracho
el vino que se ha bebido.

Me casé con el viejo por la monea
la monea se fue
y el viejo quea.

Hasta que no pase el ultimo gato,
no digas: ¡zape!

El amor mueve al mundo

El amor mueve al mundo,
Que descansa perdido
A la mirada. Y está
Ternura sin servicio…

Ya las luces emprenden
El cotidiano éxodo
Por las calles, dejando
Su espacio solo y quieto.

Y el ángel aparece;
En un portal se oculta.
Un soneto buscaba
Perdido entre sus plumas.

La palabra esperada
Ilumina los ámbitos;
Un nuevo amor resurge
Al sentido postrado.

Olvidados los sueños
Los aires se los llevan.
Reposo. Convertida
La ternura se deja.

Los marineros son las alas del amor

Los marineros son las alas del amor,
Son los espejos del amor,
El mar les acompaña,
Y sus ojos son rubios lo mismo que el amor
Rubio es también, igual que son sus ojos.

La alegría vivaz que vierten en las venas
Rubia es también,
Idéntica a la piel que asoman;
No les dejéis marchar porque sonríen
Como la libertad sonríe,
Luz cegadora erguida sobre el mar.

Si un marinero es mar,
Rubio mar amoroso cuya presencia es cántico,
No quiero la cuidad hecha de sueños grises;
Quiero sólo ir al mar donde me anegue,
Barca sin norte,
Cuerpo sin norte hundirme en su luz rubia.

Cómo escribir. Notas del libro de Larry Brooks Story Engineering

La construcción de la historia es un paso decisivo para escribir bien. Puedes tener un dominio apabullante de la narrativa describiendo emociones, paisajes o situaciones, pero si la trama no está bien cincelada, fallará en atraer la atención del lector.
En lo posible, es mejor corregir la trama de la historia que el borrador entero del manuscrito.

Uno de los libros que más me ha ayudado a aprender esto es Story Engineering de Larry Brooks. Estas son las notas que tomé de la cuarta parte que habla de la estructura de la historia, mientras iba leyendo.

Los hitos de la historia, según Larry Brooks son ocho. Los tres puntos principales de la trama (primer punto, medio punto y segundo punto) son la transición entre las cuatro partes de la historia (planteamiento, respuesta, ataque y resolución).
Y tras los ocho hitos de la historia viene la resolución.

En los párrafos siguientes, los ocho hitos aparecen en rojo.

PRIMERA PARTE: PLANTEAMIENTO (El huérfano)

La primera parte establece la trama y va hacia la misión.

Debe presentar al personaje, establecer lo que está en juego y mostrar al antagonista que aún no ataca con todas sus fuerzas pero presagia el conflicto.

Crea tensión antes de que arranque la trama.

1) La escena de apertura presenta al personaje en las primeras páginas.
2) El momento de enganche que debe suceder en las primeras 25 páginas del libro, es algo que crea una pregunta para el lector o le motiva.
3) El evento incitante que puede también ir unido al hito siguiente; el primer punto de la trama, es el que guía hacia la misión que el protagonista debe realizar.


4) El primer punto de la trama En el 25% de la historia.

  • Es la pregunta del tema de la historia y el puente entre la primera y la segunda parte.
  • Algo sucede en la historia que fuerza al héroe a tomar acción en la Respuesta.
  • Introduce el conflicto.
  • Algo importante para el héroe está en peligro y ahora sabemos lo que es.
  • En la primera parte de El código Da Vinci hay mucho en juego, pero en el primer punto de la trama todo cambia cuando alguien quiere matar a Langdon para impedirle que su investigación le lleve a la verdad.
  • En Thelma y Louise el evento incitante es cuando le disparan al tipo, pero cuando deciden no entregarse y seguir quebrantando la ley, es el primer punto de la trama que comienza la historia.
  • ES EL PISTOLETAZO DE SALIDA Y EL ARRANQUE DE LA TRAMA.

SEGUNDA PARTE: LA RESPUESTA (El vagabundo)

En la segunda parte el héroe no sabe.

Tiene que haber oposición, y ante ella responde a ciegas sin saber cómo o contra qué tiene que defenderse en realidad. La verdad aparece en la tercera parte.

Algo tiene que oponerse a la misión del héroe pero es demasiado pronto para atacar el problema.

En el código Da Vinci Langdom pasa esta parte escapándose de la policía sin saber por qué le persiguen.

5) El primer punto de oposición

  • En medio de la segunda parte el antagonista muestra su fuerza.
  • En El código Da Vinci es cuando Langdon se encuentra con los caballeros Templarios, la iglesia que esconde la naturaleza y la localización del Santo Grial.

6) El punto medio de la trama en el 50% de la historia.

  • Es algo que el protagonista descubre y hace dar un giro a la trama. El héroe evoluciona del modo respuesta a ciegas, al modo ataque. Es un catalizador que activa la toma de nuevas decisiones.
  • En El código Da Vinci tras ir corriendo a ciegas, Langdon y Sophie descubren que tiene que ir a la búsqueda del profesor.
  • Es el puente hacia la tercera parte.

TERCERA PARTE: EL GUERRERO

Con lo que ahora sabe, el héroe empieza a arreglar las cosas, volviéndose proactivo.

Demuestra coraje y toma la iniciativa de atacar. Es cuando comienza a luchar contra sus demonios internos.

En el código Da Vinci es cuando van en busca del Profesor.

7) El segundo punto de oposición

  • Pero el antagonista también ha evolucionado y demuestra su fuerza.
  • En el código Da Vinci el asesino bloquea a Langdon por detrás en el momento en que va a descifrar una caja fuerte.

8) El segundo punto de la trama en el 75% de la historia.

  • Es la inyección final de una nueva información. aunque puede que le protagonista no la entienda por completo.
  • Aquí comienza la Resolución y la persecución final.
    La información acelera la misión del héroe
  • En el código Da Vinci Langdon descifra el códex, que revela el secreto que Leonardo escondió en sus pinturas. Esto es la clave de todo. Y ADEMAS, la gente que le estaba ayudando son los malos de la película, pues el Profesor es el que envía al asesino a recuperar el secreto del código. Esta es la última información nueva de la historia.

CUARTA PARTE: LA RESOLUCION

  • El héroe tiene que ser el catalizador de la resolución de la historia.
  • Nada exterior puede salvarlo y arreglar las cosas por él, nadie puede venir a rescatarlo del peligro ni la suerte puede intervenir. (Deus ex machina). Y aunque no tenga que morir, tiene que estar dispuesto a hacerlo.
  • Debe tomar una decisión de mártir y transformarse internamente.
  • Debe crecer internamente, vencer sus problemas internos y conquistar la fuerza del antagonista.
  • Tiene que mostrar coraje y brillantez, demostrar que es un héroe nuevo y mejor. El lector tiene que sentir el final a través del heroísmo.
  • ¿Quedará el final en la memoria del lector tras haber cerrado el libro?

Bailarina española

Como en la mano una cerilla, blanca,
antes de ser llama, extiende por todos los lados
estremecidas lenguas, así empieza, en un círculo
cercano de espectadores, a ensancharse brusca
su danza redonda, rápida, clara y ardiente.

Y de repente es toda, toda llama.

Con una mirada enciende su pelo
y lanza de golpe con atrevido arte
todo su vestido en aquel incendio,
del que, como serpientes espantadas,
se estiran crepitantes sus brazos, nudos, despiertos.

Y después, como si el fuego le fuera poco,
lo reúne otra vez todo y lo arroja,
dominadora, con gesto altanero,
y lo ve: allí, furioso en el suelo,
y llamea todavía y no se rinde.

Pero victoriosa, segura, saludando
con una sonrisa dulce, erguida la cabeza,
lo apaga con sus breves, firmes pies.

La dama ante el espejo

Como en embriagadora especería
desata sin ruido en la fluidez clara
del espejo sus fatigados gestos;
e introduce allí dentro su sonrisa.

Y aguarda hasta que de todo eso ascienda
el líquido; luego vierte el cabello
en el espejo y, alzando los hombros
maravillosos del traje de noche.

bebe callada de su imagen. Bebe
lo que una amante en éxtasis bebiera,
inquiriendo desconfiada; y hace

un guiño a su doncella, si ve luces
sobre el fondo del espejo, roperos,
y lo turbio de una hora trasnochada.

Mis cartas

¡Mis cartas! Papel muerto… mudo y blanco…
Y no obstante palpitan esta noche
en mis trémulas manos cuando aflojo
la cinta y caen sobre mis rodillas.

Ésta decía: Dame tu amistad…
Ésta fijaba un día en primavera
para tocar mi mano… casi nada,
¡pero cuánto lloré! Ésta… un papel…

decía: Te amo, y yo me estremecí
como si Dios rasgase mi pasado.
Ésta, Soy tuyo… pálida la tinta

por estar junto a un pecho tumultuoso.
Y esta última… ¡oh, amor!, no fuese digna
de lo que dices si lo repitiera.